El mundo necesita de pastores “que no se separen del Pueblo de Dios”. Hoy más que nunca la misión del sacerdocio requiere competencia y preparación, pero principalmente, “humanidad”. En extrema síntesis, palabras del Papa en su discurso a los Seminarisas y formadores Seminario Pontificio Regional “Pío XI” de las Marcas.
En el marco del año dedicado a San José, el Papa Francisco recibió cerca del mediodía a la comunidad del Seminario Pontificio Regional “Pío XI” de las Marcas, y compartió con ellos reflexiones sobre la vocación inspirada en la figura extraordinaria del padre de Jesús “tan cercana a nuestra condición humana” (Carta. Ap. Patris corde, 8 de diciembre de 2020) y a la llamada que Dios ha querido dirigirles. Inició su discurso contando que le gusta imaginar el Seminario “como la familia de Nazaret, donde Jesús fue acogido, custodiado y formado con vistas a la misión que le encomendó el Padre”. “El Hijo de Dios aceptó dejarse amar y guiar por padres humanos, María y José, enseñándonos a cada uno de nosotros que sin docilidad nadie puede crecer y madurar”, dijo. Así, quiso subrayar el aspecto de la docilidad, don que “debemos pedir” y virtud “que no sólo se adquiere, sino que se recibe”. La docilidad – afirmó – es una actitud constructiva de la propia vocación y también de la propia personalidad. Sin docilidad, nadie puede crecer y madurar. La formación del sacerdote – señaló recordando la Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis – es un proceso en evolución, iniciado en la familia, continuado en la parroquia, consolidado en el seminario y que dura toda la vida.
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Ser para los seminaristas lo que José fue para Jesús
En primer lugar, se dirigió a los primeros responsables de la formación de los jóvenes, pidiéndoles ser para los seminaristas “lo que José fue para Jesús”, para que puedan aprender más de su vida que de sus palabras:
Que aprendan la docilidad de su obediencia; la laboriosidad de su dedicación; la generosidad hacia los pobres, del testimonio de su sobriedad y disponibilidad; la paternidad, gracias a su afecto vivo y casto.
A ellos recordó que a San José, junto al apelativo de padre, la tradición le pone el de “castísimo”, lo que no es una indicación meramente afectiva, sino la síntesis de una actitud que expresa lo contrario de la posesión.
La castidad es la “libertad de la posesión”, en todos los ámbitos de la vida. Sólo cuando un amor es casto, es verdaderamente amor. El amor que quiere poseer, al final, siempre se vuelve peligroso, aprisiona, sofoca, hace infeliz.
Aprender del joven Jesús
A los seminaristas, ante todo, hizo presente que la Iglesia pide que sigan el ejemplo de Jesús, que se dejó educar dócilmente por José, con todas las dificultades que comporta el camino del crecimiento: las grandes preguntas de la vida, la asunción de responsabilidades y la toma de las propias decisiones: Él, verdaderamente aprendió – subrayó Francisco. No “fingió aprender”, porque, aunque era Dios, “era un verdadero hombre”, que pasó por todas las etapas del crecimiento de un hombre.
Tal vez no hemos reflexionado lo suficiente sobre el joven Jesús, empeñado en discernir su propia vocación, en escuchar y confiarse en María y José, en dialogar con el Padre para comprender su misión.
El mundo, sediento de sacerdotes expertos en humanidad
Que el Seminario “sea”, dijo Francisco, como la casa de Nazaret, “donde el Hijo de Dios aprendió de sus padres la humanidad y la cercanía”.
No se conformen con ser hábiles en el uso de las redes sociales y de los medios de comunicación para comunicarse. Sólo transformados por la Palabra de Dios podrán comunicar palabras de vida.
También hizo presente que el mundo “está sediento” de sacerdotes capaces de comunicar la bondad del Señor a quien ha experimentado el pecado y el fracaso, que sean expertos en humanidad, y estén dispuestos a compartir las alegrías y los trabajos de los hermanos, marcados por el grito de quien sufre.
Lean a quienes han sabido escrutar el alma humana
Pidió, el Santo Padre, extraer la humanidad de Jesús del Evangelio y del Tabernáculo, buscándola en la vida de los santos y de tantos héroes de la caridad, y en el ejemplo genuino de quienes les transmitió la fe. Los instó a leer a los escritores que han sabido mirar dentro del ánimo humano, por ejemplo, Dostoievski, que en las míseras vicisitudes del dolor terrenal supo revelar la belleza del amor que salva.
Pero alguno de ustedes podrá decir: ¿qué tiene que ver Dostoievski con esto? ¡Esto es para literatos! No, no: es para crecer en humanidad. Lean a los grandes humanistas. Un sacerdote puede ser muy disciplinado, puede ser capaz de explicar bien la teología, incluso la filosofía y muchas cosas. Pero si no es humano, no sirve. Que se vaya y sea profesor. Pero si no es humano, no puede ser sacerdote: le falta algo. ¿Le falta la lengua? No, puede hablar. Le falta el corazón. ¡Expertos en humanidad!
El clericalismo es una perversión del sacerdocio
Es necesario, aseguró Francisco, “no alejarse de la realidad, de los peligros ni de los demás”. Al contrario, hay que ensanchar los confines del corazón al mundo entero, apasionándose por aquello que “acerca”, que “abre”, que “hace encontrar”. Desconfíen – les advirtió – de las experiencias que conducen a estériles intimismos, de los “espiritualismos gratificantes” que parecen dar consuelo pero que, en cambio, conducen a cerrazones y a la rigidez.
La rigidez está un poco de moda hoy en día; y la rigidez es una de las manifestaciones del clericalismo. El clericalismo es una perversión del sacerdocio: es una perversión. Y la rigidez es una de las manifestaciones. Cuando encuentro un seminarista o un joven sacerdote rígido, digo: “algo malo le pasa dentro”. Detrás de cada rigidez hay un grave problema, porque la rigidez carece de humanidad.
No dejar afuera del seminario la propia complejidad
Las cuatro dimensiones de la formación, es decir, la humana, la espiritual, la intelectual y la pastoral actúan “una sobre la otra”, enseñó también el Papa. Y siguiendo ese orden, les pidió primeramente que no tomen distancia de la propia humanidad, y no dejen “fuera de la puerta del Seminario la complejidad de su mundo interior, de sus sentimientos y de la afectividad”. No cerrarse en sí mismos, fue la recomendación de Francisco, “cuando vivan un momento de crisis o de debilidad”.
Ábranse con toda sinceridad a sus formadores, luchando contra toda forma de falsedad interior. Los que tienen la cara de la Beata Imelda y por dentro son un desastre… ¡no! Esta es falsedad interior. No hacerse los angelitos, no. Cultiven relaciones limpias, alegres y liberadoras, humanas, plenas, capaces de amistad, capaces de sentimientos, capaces de fecundidad.
No a la rigidez, acaba en ritualismo
En el ámbito de la dimensión espiritual, Francisco advirtió sobre la rigidez, pidió “que la oración no sea ritualismo”, sino una ocasión de encuentro con Dios. Los rígidos, dijo, “terminan en el ritualismo, siempre”. Además, pidió que “vigilen” para que la liturgia y la oración comunitaria no se conviertan en celebración de sí mismos:
Una vez fui a comprar camisas -cuando aún podía salir, ahora no puedo- a una tienda de ropa eclesiástica. Había un joven, un seminarista o sacerdote, que buscaba ropa. Yo lo miraba: se miraba en el espejo. Y me vino esta frase: se está celebrando a sí mismo, y hará lo mismo frente al altar. Por favor, que cada celebración litúrgica no sea una celebración de nosotros mismos. Enriquezcan la oración de rostros; siéntanse ya desde ahora intercesores para el mundo.
La misión requiere competencia y preparación
El estudio debe ayudar a “entrar con conciencia y competencia en la complejidad de la cultura y el pensamiento contemporáneos, a no tenerle miedo, a no serle hostiles”, siguió diciendo el Papa, que los animó a “no tener miedo”.
“Pero, Padre, vivimos en un tiempo marcado por un pensamiento ateísta” – Pero, tú tienes que entenderlo, tienes que dialogar y tienes que proclamar tu fe y anunciar a Jesucristo a este mundo, a este pensamiento. Es ahí donde debe encarnarse la sabiduría del Evangelio. Y el desafío de la misión que los espera requiere, hoy más que nunca, competencia y preparación. Hoy más que nunca: se necesita estudio, competencia, preparación para hablar con este mundo.
El verdadero pastor no se separa del Pueblo de Dios
Hablando sobre la dimensión pastoral, reiterando que se es sacerdotes “para servir al Pueblo de Dios, para cuidar de las heridas de todos, especialmente de los pobres”, señaló “la prueba cierta del sí a Dios”, a saber, la “disponibilidad para los demás”. También reiteró su “no” (ndr.) al clericalismo, puesto que “ser discípulos de Jesús significa liberarse de uno mismo y configurarse a Sus propios sentimientos, a Aquel que vino “no a ser servido sino a servir” (cf. Mc 10,45).
El verdadero pastor no se separa del pueblo de Dios: está en el pueblo de Dios, ya sea delante, para indicar el camino, o en medio, para entenderlo mejor, o detrás, para ayudar a los que se quedan un poco atrás, y también para dejar que el pueblo, el rebaño, con su olfato nos indique dónde hay nuevos pastos.
Todos los estudios y congresos que abordan diversos aspectos del sacerdocio son necesarios, – sostuvo el Pontífice – pero siempre teniendo presente que es necesario estar “enraizados en la propia pertenencia al Santo Pueblo fiel de Dios”, porque de otra manera las meras reflexiones académicas, no sirven de nada.
Eres sacerdote del Santo Pueblo fiel de Dios, eres sacerdote porque tienes el sacerdocio bautismal y esto no lo pueden negar.
Buscar a los viejos que tienen la sabiduría del vino bueno
Al final del extenso discurso, y antes de impartir su bendición, Francisco se mostró complacido por el testimonio de comunión eclesial del Seminario Pontificio, y concluyó con un buen consejo: buscar a en las propias diócesis a los sacerdotes viejos, “a los que tienen la sabiduría del vino bueno”, que con el testimonio les enseñarán cómo resolver problemas pastorales, y que, siendo párrocos, conocían los nombres de todos, de cada uno de sus fieles, “hasta el nombre de los perros”.
Esto me lo dijo uno de ellos – contó el Obispo de Roma -. Pero, ¿cómo sabía -dije- teniendo cuatro parroquias? “No, sí, se puede”, me dijo con humildad. ¿Pero había logrado conocerlos a todos? “Sí, me sabía el nombre de todos, también el de los perros”. Es bueno. Un sacerdote tan cercano, y también tan cercano al Sagrario: miraba a todos con la fe y la paciencia en Jesús.
Viejos curas que han cargado sobre sus hombros tantos problemas de la gente y les han ayudado a vivir más o menos bien, y han ayudado a todos a morir bien. Hablen con estos curas, que son el tesoro de la Iglesia. Muchos de ellos están a veces olvidados o en una residencia de ancianos: vayan a encontrarlos. Son un tesoro.
Fuente: www.vaticannews.va